Debido a la gran riqueza arqueológica y etnográfica que existe en la región de Tierradentro, ubicado en el municipio de Inzá y Páez Belalcazar, departamento del Cauca; crean en 1945 el Parque Arqueológico Nacional de Tierradentro y en 1995 la UNESCO declara Patrimonio de la Humanidad. A pesar de que hay sitios arqueológicos de bastante interés dentro de la región, el parque no cobija todas estas áreas. Son jurisdicción del Parque las áreas correspondientes a Alto del Aguacate, Alto de San Andrés, Alto de Segovia, Alto del Duende y El Tablón ubicados en el resguardo indígena de San Andrés de Pisimbalá, en el actual municipio de Inzá.
Desde 1953 las áreas del parque están bajo el resguardo del Instituto Colombiano de Antropología (ICAN) -en 1999 paso a llamarse Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH)-, entidad responsable de la protección, conservación, divulgación e investigación del patrimonio arqueológico de la nación. Desde entonces, el Instituto se ha encargado de la administración del parque, los vestigios arqueológicos y la difusión del conocimiento producido en su interior.
Para mejorar las áreas donde yacen los restos arqueologicos, el instituto aquiere terrenos para la protección, cuidado, conservacion y restuaración de los vestigios arqueológicos y creación de la infraestructura física y administrativa del naciente Parque Arqueologico de Tierradentro. Dentro de la infraestructura, fue fundamental la destinación de espacios para prestar servicios médicos, la construcción de escuelas, definicion de las áreas para el museo, reservas, bibliotecas, laboratorios y cocina. En un lugar apartado y de díficil acceso como Tierradentro, el Instituto fue la cara más amable del Estado para con la población, pues construyó espacios destinados para la presetacion de servicios comunitarios.
El Parque tiene estatus de patrimonio nacional y representa una especie de enclave jurisdiccional dentro de los territorios indígenas. El proceso de patrimonialización por parte del Estado colombiano, es un proceso que busca consolidar una memoria y una identidad nacional -en este caso- a partir de restos cerámicos, estatuarias líticas y entierros primarios que se encuentran ubicados cerca de antiguos núcleos habitacionales de la parte baja y media de las laderas que conforman el resguardo de San Andrés. En las cuchillas de las montañas encontramos los entierros secundarios o los grandes hipogeos que alcanzan hasta los 9 metros de profundidad y en su interior poseen dos o tres columnas que sostienen el “techo”. Están conformados por un pozo de descenso con escaleras en forma de espiral que sirven de acceso a las cámaras funerarias adornadas por la triada de colores rojo, negro y blanco que representan el nacimiento, crecimiento y muerte de los coterráneos.
Desde su descubrimiento la arquitectura funeraria de Tierradentro ha sido motivo de estudio e investigación por parte de cronistas, investigadores y viajeros quienes, además de haber establecido su sistema de construcción, han tratado de descifrar la simbología del contexto ceremonial presente en estos ejemplares. Algunos autores han sugerido que los antiguos pobladores de Tierradentro desarrollaron una noción de continuidad o transición espiritual entre la vida y la muerte. Por esta razón, se ha llegado a pensar que la creencia en el mundo sobrenatural llevó a que los antiguos pobladores construyerán estructuras funerarias “siguiendo el modelo de la habitación de los vivos” (Ayala, 1977, p. 203) para que el difunto y sus familiares o acompañantes pudieran tener una “plácida supervivencia según sus prerrogativas de clase”(Gamboa Hinestrosa, 1985). Esta hipótesis ha sido demostrada mediante el estudio comparativo entre el diseño arquitectónico y decorativo de los hipogeos y los diferentes tipos de vivienda precolombina presentes en la zona (Ayala, 1977, p. 203).
Los hipogeos de Tierradentro, concebidos como símbolos atemporales del universo sobrenatural, han sido documentados y descritos por cronistas y viajeros desde el siglo XVIII. Fray Juan de Santa Gertrudis (1684) fue uno de los primeros cronistas en registrar la existencia de estas estructuras subterráneas. De acuerdo al autor, estas estructuras eran conocidas en la región como entierros o guacas en las que, dependiendo de la importancia del difunto, se podía encontrar oro u objetos de barro. Según sus observaciones, este tipo de estructuras eran hechas: “de propósito en una peña, con una boca por donde la fabricaron y después se cavó. Yo la ví, y según lo grande y primoroso que está, hubo de ser guaca de algún cacique…”(de Santa Gertrudis, 1970, p. 170 [ca. 1790]).
A partir de los resultados obtenidos en las excavaciones arqueológicas, los investigadores han develado aspectos de los rituales funerarios que eran practicados por los antiguos pobladores. De esta forma, han concluido que antiguamente se efectuaba un sistema de enterramiento doble en el que el difunto era inicialmente enterrado en una sepultura sencilla, para posteriormente ser exhumado. Según datos arqueológicos, en el primer enterramiento, el cuerpo del difunto era ubicado en el interior de una sepultura sencilla, acostado o en cuclillas, rodeado de un ajuar funerario consistente en utensilios domésticos, como ollas, platos y morteros; además de objetos de uso personal como prendas de vestir y adornos de diferentes materiales (Ayala, 1977, p. 194).
El segundo enterramiento corresponde a sitios colectivos o panteones en donde se iban depositando los restos mortales de una misma generación. Varios autores aseguran que el acceso a estos sitios se mantenía abierto hasta que el lugar era clausurado ya fuera por la extinción de una misma familia o por la falta de espacio (Ayala, 1977; Gamboa Hinestrosa, 1985). Las investigaciones realizadas por Eliécer Silva Celis en 1942 indican que los huesos una vez exhumados, eran incinerados, posiblemente para eliminar cualquier rastro de material biológico asociado a la putrefacción. Otros autores han encontrado restos de pintura sobre el material óseo, aspecto que los ha llevado a pensar que en este segundo ritual también se efectuaba un recubrimiento cromático con pintura roja (Gamboa Hinestrosa, 1985; Ayala, 1977).
Posteriormente, los restos eran ubicados en el interior del recinto funerario de acuerdo a la posición jerárquica del difunto. De esta forma podían ser guardados dentro de urnas decoradas (caciques), urnas sin decoración (pueblo) o en agujeros en el piso de las cámaras laterales (esclavos) (Nachtigall en Chaves, 1981). Vernon Long y Yanguez (1971) explican que las urnas funerarias eran ubicadas directamente sobre el piso del recinto, junto con recipientes y elementos de carácter funerario. Por su parte, D. Miguel A. de Velasco (1956) afirma que los cuerpos se encontraban distribuidos o agrupados en el espacio según su género sexual: hombres a un lado, mujeres al otro (en Cuervo Márquez, 1956).
La estatuaria también es testigo silencioso del tiempo y la memoria de los antiguos y nuevos pobladores de la zona. Son once figuras humanas en piedra en alto relieve, con rostros gráciles, ojos almendrados, manos sobre el vientre y tocados que caen por la espalda. Estas son parte de los restos que representan la dinámica de la vida y la diversidad en estos territorios.
En la actualidad, por el sitio arqueológico deambulan las comunidades indígenas nasa, las comunidades campesinas y colonos. Ellos buscan desde su escenario fortalecer los procesos de apropiación, control y ordenamiento del territorio para obtener mayor participación en el cuido de los restos arqueológicos que silenciosamente vigilan la vida y la dinámica territorial . Estos elementos presentes en las entrañas de Tierradentro constituyen la riqueza patrimonial de los colombianos, pero internamente son los que definen los espacios sagrados, la mitología y las costumbres del ayer, del hoy y del mañana de la población indígena.
Con el fin de dar mayor peso la idea de patrimonialización, para el ICANH ha resultado fundamental conversar con los locales para identificar quienes son estas comunidades, desde cuándo habitan estos espacios, cómo lo habitan y cuáles son las necesidades más importantes que yuxtaponen en su cotidianidad; esto en últimas ha permitido mejorar las condiciones de vida de las poblaciones, pero también ha llevado que el conocimiento sobre el pasado arqueológico e incluso etnográfico sean enriquecidos a partir de la participación de las comunidades locales en la toma de decisiones relacionadas con la administración, resguardo, investigación y divulgación de la importancia de los bienes patrimoniales.
De otro lado, en los últimos años, los nasa empezaron a reclamar las tumbas, las estatuas y los restos cerámicos como herencia ancestral de su pueblo, argumentando similitudes con los entierros de sus antepasados y cuestionando fuertemente los saberes de los arqueólogos que niegan cualquier relación de los vestigios con la población actual de los nasa.
Material de Archivo ICANH y Gregorio Hernandez De Alba.